Aunque frecuentemente utilizamos ambos términos como si significasen lo mismo, lo cierto es que son diferentes.
El hambre se define como la sensación que sentimos ante la necesidad de comer, mientras que el apetito es la sensación que sentimos de comer algún tipo de alimento en especial (antojo o capricho).
Cuando sentimos hambre lo que perseguimos es simplemente comer sin preocuparnos excesivamente el tipo de comida, buscamos energía. Muchas veces en el caso del apetito se activa por estímulos sensoriales, por ejemplo el olor del pan recién hecho, un anuncio de chocolate, la buena presentación de un plato, etc. A veces son otras motivaciones como por ejemplo saber que la comida es gratis y que no comeremos durante varias horas, en estos casos el apetito puede actuar en contradicción con la sensación de hambre y podemos seguir comiendo a pesar de que no tengamos hambre, como por ejemplo cuando comemos un apetitoso postre después de una gran comilona a pesar de estar llenos.
El hambre está controlada directamente por el cerebro (hipotálamo), y es gradual y progresiva, es decir se va haciendo mayor cuanto más es el tiempo que pasa sin ser atendida hasta alcanzar su cota máxima para empezar a disminuir después ya que el organismo empieza a cubrir sus necesidades con sus reservas energéticas.
Hay alimentos que nos producen satisfacción solo cuando tenemos mucha hambre, normalmente son comidas cargadas de energía y grasas, y un mismo estímulo sensorial puede provocar respuestas muy diferentes según el grado de hambre, por ejemplo el olor de los churros fritos si tenemos mucha hambre nos provoca unas ganas enormes de comerlos, sin embargo si estamos saciados puede producirnos incluso asco. También hay alimentos que nos producen placer al comerlos incluso sin hambre, por ejemplo un canapé o pastelito.
En diversos estudios se ha comprobado que hay dos grandes segmentos de población: los que prefieren los dulces y los que prefieren las proteínas.
En los que prefieren los dulces estos alimentos les producen bienestar y les disminuye la angustia y la depresión, se cree que es debido a la interacción de la glucosa con la síntesis de la serotonina. En los que prefieren la proteina se les produce el efecto opuesto es decir el exceso de dulces les produciría modorra, desasosiego y una cierta sensación desagradable.
Otro condicionante del apetito lo constituye las ganas de comer algún tipo de nutriente, por ejemplo hambre de proteínas, en este caso no es hambre ni apetito sino que se trata de una selección específica siguiendo una necesidad de nuestro organismo, Por ejemplo en verano cuando las pérdidas de sodio son mayores por el sudor tomamos aperitivos más salados: aceitunas, anchoas, etc.